Cuando la tristeza llega, nos convertimos en fantasmas que arrastran sus penas, y enterrados en recuerdos llenos de tragedias, agonizamos lentamente, mientras el silencio nos besa.
Antes del sueño, la sombra de la angustia nos envuelve, negra crisálida; incendiados los cirios, desangran su cera sobre todas las tumbas de nuestro cementerio, los epitafios gritan su nombre: Olvido, dolor, zozobra, miedo,
He decidido guardarte en mis memorias, hacerte papiro y plegarte entre cristales para regalarte al mar de mis fantasmas, ser indulgente a tus latidos y no hacer ruego a ensoñaciones que te dañen, no quiero cercenar tu sonrisa con el filo de mis sombras,
Resignados al beso del silencio, acariciamos, de la luna, su luz tenue; la noche ruge silencios, y la sed palpita sin cesar. Hambre de ti, de tu último aliento; el rumor de la sed, besa la voz del viento.