Réquiem melancólico, hojas de otoño y almas de invierno; témpano en huesos, ocre sonata de muertos, sinfonía fúnebre de violines en un aire gélido, de lánguidos cuervos que graznan lamentos. Un batir de alas, negras, brunas; en la tumba escarcha, y olvido, y lágrimas. Tañen dos campanas, las estatuas lloran y tocan, con sus frías manos, la tierra oscura, sin memoria, olvidada y sola, tan sola como los cipreses que elevan sus ramas al cielo, y como esos muertos que duermen abajo, más abajo del abismo donde no hay recuerdos, donde la espesura de la oscuridad lo cubre todo con su negra forma, y cualquier rumor es acallado por el eco mudo de una lenta sonata nostálgica. *Poema número 6 de mi libro "El silencioso eco de los muertos"