La amante del vampiro
Ella, la amante del vampiro, tenía,
la noche escrita en sus pupilas,
interminable oscuridad que contrastaba
en diminuta lluvia de sus labios
cada vez que aquel rojo néctar
bebía.
Ella, vestida de tinieblas,
levitando eternamente
a tres palmos de la tierra,
con sus alas abiertas
en mitad del crepúsculo,
solitaria y silente...
Ella,
muerta.
En su ataúd de caoba y seda,
un puñado de cenizas
rescatados al alba,
pavorosa tragedia.
Ella, que antaño fue,
tenía...
Ella, la amante del vampiro,
para siempre dormía
y él...
lloraba y maldecía.
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