¡Qué desgracia! Nada eres

Allá donde antaño damas gráciles
posaban con quietud su cabellera
en medio del latir de ése tu pecho,
hoy ¡qué desgracia!
nada queda,
tan sólo tu mortaja
y tu osamenta.

Cadáver roído por el tiempo
y por el viento que hizo, 
de tus palabras marionetas
y de tus recuerdos añicos
extraviados en ese infinito,
ese, donde la muerte todo se lleva
para dejar, sólo de ti...
el olvido.

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