Solitaria eternidad

de negruras sesgadas por el eco mudo de
la noche,
éstas sombras que pesan cual cadenas
y aprisionan el grito en la garganta
para estallar en una eternidad de
soledades.
El paso del vampiro se hace lento,
pausado como toda su existencia,
lacónico en su mirar al tiempo,
a un reloj que nunca se detiene.
El paso del vampiro es tan callado...
resignado a esa nocturnidad que nunca
acaba,
prisionero en su melancolía inmortal,
larga, larga y sin final.
En algún momento se detiene,
alguien grita,
la oscuridad se tiñe de sangre,
el vampiro bebe
y después...
sigue su camino,
lento, silente, solitario y eterno.
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